Pérez

Miré por el vidrio fijo y desde un rincón, con ojos curiosos, nos observaba un ratón. Nosotras tres estábamos comiendo.

Como toda mujer que se precie de serlo, empecé a gritar. Creo que hasta me subí a una silla olvidando que el vidrio me separaba del feroz roedor. Pero lo de la silla ya es un clásico...¡hay que subirse!

Busqué una escoba. Herramienta muy apropiada a la hora de enfrentar ratones... ¿por qué? ni idea. Será para barrerlos cuando ya están muertos... ¡Vivos, ni loca!

Y me acordé que tenía unos arroces destinados a su exterminio, pero cuando volví y me asomé a mirarlo por segunda vez, su indefensa mirada ratonil me dio pena. Mis hijas obviamente, se reían de mi.

¡Basta! Vamos a darle otra oportunidad. Todos deberíamos tener más de una para poder corregir los errores. Nunca debería ser tarde ni siquiera para un ratón. Y además, vivo en el medio del campo osea que la intrusa, para él, debo ser yo.

Pasó la tarde, y cuando abrí la puerta para salir, lo pisé... ¡siii lo pisé!... porque mi perro cuando caza algo, me lo deja ahí a modo de trofeo o tal vez para hacerme saber que me ha salvado la vida una vez más.

 Él se había encargado de eliminar las posibles futuras enmiendas del pobre animal.

¡Y yo, que ya lo había bautizado Pérez!