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sábado, 21 de abril de 2012

Músculos en el alma

No confío en el cuerpo que me devora a medida que pasan los segundos. No confío en la salud física a menos que la mental, la del espíritu, la del alma, no se encuentren enfocadas en las verdades que necesito para seguir. En esa luz que desde adentro me indica lo que sólo yo podría mejorar.
Cuando ese interior duele. Cuando me suplica una ruta diferente. Cuando gime porque no lo escucho, sufre tanto o más que la carne que acarreo desde mi nacimiento.
No confío en el equipaje sino en su contenido. Desconfío de su seguridad cuando olvido empacar lo imprescindible. Cuando aparece esa sensación dos minutos después de partir de que algo me quedó pendiente.
Sé que necesito un cuerpo para movilizarme. Para poder ser. Como depósito. Y sé que necesito cuidarlo más. Que desea mi benevolencia. Amigarse conmigo y volver a ser uno.
Pero sin el ejercicio del entendimiento, quedará tan atrofiado como con la falta del ejercicio de sus músculos.
Nada podría ser yo sin una mente limpia en esta vida brumosa y desgraciadamente nada podré ser sin un cuerpo sano para llevarla a viajar por donde más lo necesita. Pero por momentos sus tiempos no son los mismos. Por momentos el alma pesa más que el dolor corporal. 
Creo que cuando ese dolor cambie su destino,  podré sentir la necesidad de aportarle vigor a la materia.
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