Parada en una esquina de la zona roja, Lola espera con dolor en los pies. Lleva más de dos horas y todavía le quedan otras dos, tiempo necesario para poder comprar algo de comer para mañana.
La noche es peligrosa pero rinde más. Los hombres que salen de los bares, prefieren pagar por compañía antes de enfrentar la soledad de un hogar sin una mujer.
El amor es algo descartado para ella, desconoce también la pasión. Es probable que todavía no se acostumbre, pero no tiene otra salida para matar las necesidades.
No pensar, es otra de las habilidades adquirídas con la profesión. No piensa, no duele. Vende entre las sábanas al mejor postor, lo que le queda de dignidad.
Su boca, nunca fue besada con amor. Nunca probó el dulzor de labios comprometidos. Ya no siente. No necesita. No desea. Pero su corazón, seguramente sigue virgen, esperando.
Zapatos gastados de andar, medias corridas y una cartera raída, son sus posesiones para compartir. Lo demás, guardado como tesoro, una habitación luminosa, tal vez un jazmín florecido, fotos de un tiempo mejor, le dan la bienvenida cada noche. Pero Lola no se rinde. Siempre puede haber un mañana mejor. ¿Puede esperar un mañana mejor?
Y yo la miro, parada en su esquina. ¿Qué más puede esperar? A veces sonríe, parece que todavía le quedan motivos para sonreir.La bauticé Lola, e imagino su vida con sólo verla. ¿Qué es lo que cada día la lleva a vivírlo? ¿Cuáles serán sus ilusiones, si es que aún le queda tiempo para soñar? ¿Tendrá sueños?
Una mujer no se rinde nunca, pienso mientras la miro subir a un auto. Y la veo partir, con un desconocido, resignada a entregar lo poco que posee, un cuerpo gastado y un corazón que ya no siente.