Sentía su mirada en cada movimiento. Lo disfrutaba. Él lo notaba.
Era provocarlo y dejarse envolver por una adolescente. Era desafiarme a cometer el lujurioso acto de fantasear con un hombre de verdad.
Yo, el fruto prohibido. La joven meretriz nutriendo su imaginación. Responsable de darle esperanzas al sinsabor de su madurez. La ilusión de un tal vez.
Jugaba con la idea de que, con sus manos atadas por la decencia, jamás se atrevería a más. Sólo un juego que nos seducía y a la vez intimidaba.
Él, con ambiciones de juventud y quizás de probarse a sí mismo, poder todavía. ¿Me habría soñado entre sus brazos, creyéndome un imposible? Yo, lo soñaba real.
Sólo nos acercó una suave melodía nupcial. Ajena. Que nos liberó por un instante de la conciencia y las miradas sentenciosas. Nuestro único contacto carnal. Para mi, un vuelo celestial. Para él, una última oportunidad. La que se escapaba de sus manos entrelazadas fuertemente a mi cintura juvenil.
__ Me gustás.
Fue un juego peligroso en el que ambos supimos desde el principio, que sólo haría falta una señal. Señal que dejé sin voz ni respuesta, entre mis escasos caprichos sin conquistar.