Se desvanece. Por fin fluye hacia afuera relajando los músculos. Ya pesó, agobió, desgarró. Ahora se va pero queda latente. Espera que la fortaleza se apodere de los jirones que dejó. Que borre su huella encendida de lágrimas y penas. Que cure las heridas del apocalipsis interno. Espera. Escondido. Atento.
Murmura de vez en cuando amenazas de locura. Sopla leve alrededor de la tranquilidad momentanea. No duerme.
Y cuando algo debilita el ser. Cuando una mínima palabra revoluciona por dentro esa paz pasajera. Cuando los vientos soplan en contra, aflora nuevamente para hacer lo que tan bien sabe. Para lo cual no fue creado sino que se inventó a si mismo. Para confundir al alma que pierde el sentido de lo que está bien o está mal. De lo bueno y lo infame. De lo que adeuda o merece.
Por ahora, sólo queda disfrutar de su ausencia.