Estoy sola en la montaña, en algún lugar entre Uspallata y Casa de Piedra. El único ruido que escucho es el crepitar del fuego que logré prender con jarilla y ramas secas.
Sentada frente a las llamas, calentándome los pies, me deleito con unos chocolates y pienso después de un largo tiempo, en Dios. Y llego a la fascinante y tantas veces repetida conclusión, de que todo esto que me rodea es él en persona. El fuego que me calienta, las montañas imponentes con sus diferentes tonos de rosas, las nubes claras dejando pasar algunos pocos rayos del sol. Pienso...
Sin dudas para mi, esto es Dios queriéndome hacer feliz y lo logra. Acompaño la solitaria estadía con un libro buenísimo y por fin cuando hierve el agua, con un café caliente. Perdón, odio el mate, que sería la bebida tan deseada como taaan argentina, esperada por muchos en un lugar así. Siento un ruido en mi bolso y me doy cuenta de que mi teléfono se acaba de quedar sin carga y estoy incomunicada. Nada más oportuno, qué alegría! Pienso que tengo más de lo que necesito. Pienso...
Pienso, pienso... y vuelvo a sentir esa sensación olvidada de lo que significa preocuparse sólo por uno mismo. ¿Es egoísta? ¿Una vez?
Se me van repentinamente las ganas de escribir. No me quiero perder lo que veo y mucho menos lo que siento, ni dejar de escuchar los verdaderos sonidos del silencio.
No te tientes, la caja quedó vacía.